Vivimos en una sociedad con pocos peligros, nos creemos que controlamos el futuro, que la naturaleza está en gran medida a nuestra merced. Devoramos a otros seres que en otros tiempos amenazaban nuestras vidas. Hemos hecho de enfermedades mortales en otro tiempo anécdotas pasajeras y la esperanza de vida hoy en día es el doble que en La Edad Media.

La sensación de seguridad que tenemos en la actualidad, donde nuestra mayor preocupación es a veces quién ganará la liga o qué equipo se llevará la Eurocopa, es llamativa. En la segunda mitad del último siglo Europa y España en particular, han vivido el más y más largo periodo de paz y prosperidad. Las nuevas generaciones no tienen preocupaciones vitales, no hasta ahora. No se levantan por las mañanas pensando en cómo sobrevivir, en qué harán mañana, en siquiera si existirá el mañana. Vivimos en una falsa sensación de seguridad que es, sin duda, un espejismo.

La pandemia generada por el Covid-19 nos ha retrotraído a tiempos de guerra, a estados de excepción -o casi- nos ha llegado de nuevo el miedo a algo incontrolable, la impotencia, la realidad que nos muestra nuestra debilidad ante circunstancias naturales que no somos aún capaces de controlar. Quizás y, si nos abstraemos de todo el inmenso dolor que la pandemia está generando, una dosis de humildad no nos vendría del todo mal. Sentirnos vulnerables, como se siente un animal en una de nuestras millones de granjas, expuestos a la muerte, impotentes ante nuestra manifiesta debilidad.

Quizás, deberíamos entender que la Naturaleza no es nuestra y, sobre todo, que no la podemos someter. Que no somos nadie ante sus zarpazos cuando se le antoja el momento de darnos una respuesta que, por nuestra actitud ante ella, puede creer merecida.

Basta una mutación, para que un virus se convierta en letal. Es escalofriante pensar de qué magnitud sería la catástrofe si mañana una de esas mutaciones caprichosas creara un virus tan contagioso como el Covid-19 y tan letal como el ébola. Podemos pensar que hoy en día con todos nuestros avances tecnológicos y con toda nuestra sabiduría, una pandemia como la llamada gripe Española nunca podría volver a atenazarnos. Pero estaríamos equivocados. La globabalización, la aviación, la economía de masas, no ha hecho más que aumentar infinitamente nuestra exposición a este tipo de pandemias. Solo hace falta una chispa para que todo pueda saltar por los aires.

Este baño de realidad debe hacernos recapacitar acerca de nuestra forma de vida, de nuestra arrogancia, de nuestra falsa sensación de control. Es necesario que nos demos cuenta de que no somos nadie para que por fin, comenzamos a respetar nuestro entorno, valorar nuestras vidas y dejar de pensar en quién ganará la liga este año.